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Innovación: mucho bla bla y poca acción

A lo largo de mis años de experiencia, me ha llamado la atención la cantidad de empresas que tienen la palabra innovación entre sus valores o misión.

¿Innovación solo en el papel?

Todas al momento de definir sus postulados estratégicos dicen que, por supuesto, hay que ser innovador. Como que no hay ninguna empresa que se quisiera quedar abajo de ese carro. Sin duda alguna, no hay mucha discusión acerca de lo que realmente significa el término.

Sin embargo, también me ha llamado muchísimo la atención descubrir que la mayoría de esas empresas no hacen mucho para lograr ser innovadoras. Es más, me ha dado incluso la impresión que es una expresión que asusta un poco el abordarla abiertamente. Peor aún, en algunas empresas pareciera ser que dar ideas es como eludir el trabajo diario. Me recuerdo un ejecutivo que me decía que no quería que su gente se pusiera a pensar en innovaciones, ya que si lo hacían iban a dejar de hacer su trabajo.

Pareciera que el “compromiso” que implica y el “costo” que involucra es demasiado, y por lo tanto, al final de cuenta las compañías terminan siendo tan conservadoras como siempre. Y, lamentablemente, esa linda palabra que aparece en las definiciones estratégicas básicas, no deja de ser más que un simple adorno.

¿Es importante ser innovador?

Partamos por ponernos de acuerdo en que si es importante o no ser innovador. Porque si no creemos que debe ser así y sólo pensamos que es una linda palabra para el bronce, entonces, mi sugerencia es que no siga leyendo este artículo. Sin embargo, si realmente cree que el futuro de su empresa depende de su capacidad de innovar, entonces, veamos cómo resolver el segundo problema: el hacer de la innovación una realidad.

Decíamos que hay dos razones por las que la innovación queda solo en el libreto: el temor a cambiar lo que se ha estado haciendo hasta la fecha y el temor a que el personal deje de hacer su trabajo operativo y se ponga a buscar ideas u oportunidades de cambio.

¿Cómo manejar el primer temor?

La respuesta es relativamente simple y es la experimentación. Si acotamos la innovación a proyectos que sean manejables desde el punto de vista de la inversión, el riesgo se disminuye substancialmente.

Por ejemplo, partiendo con un proyecto piloto, en una ciudad, tienda o agencia, evaluando el impacto y luego tomando decisiones de si invertir en los pasos siguientes o no (fallar temprano, fallar barato).

Manejando el segundo temor

Las preguntas que surgen son: ¿Tenemos que involucrar al personal en la innovación? ¿Por qué no lo limitamos simplemente a los ejecutivos?

Aquí también la respuesta no es compleja. Es un tema de probabilidades. Mientras mayor es el número de personas que estén buscando y pensando en ideas nuevas, mayor es la probabilidad de que de ahí salga una oportunidad exitosa de negocios.

Ya que es muy posible que, por decir un número, de 1000 ideas, sólo 100 pueden convertirse en experimentos comerciales, y de éstos sólo 10 tendrán un soporte financiero importante como para seguir adelante, y finalmente sólo un par se transformen en negocios rentables. Por ello, ¿se imagina lo que pasaría si sólo los 5 ó 15 ejecutivos principales se pusieran a pensar en ideas?

Y si piensan, ¿cuándo trabajan?

Aclarado lo anterior, podría persistir la siguiente duda: Y si esto se hiciera, ¿a qué hora hacen la pega? No se trata de dividir la jornada en pedazos y decir que de 8:30 a 12:30 trabajan y de 14:00 a 18:00 piensan.

Muy por el contrario, lo que se trata es hacer de la innovación como ha pasado a ser la calidad. Nadie detiene su labor para empezar a hacer calidad. Sino que más bien la calidad es parte de la cultura de trabajo.

Así también, debemos hacer que la innovación se transforme en una cultura y que forme parte del quehacer diario.

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